miércoles, 14 de julio de 2010

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Fotografia de Josef Koudelka

“Menudos sueños los tuyos”, me dijo un día un viejo irónico en una plaza cuando yo tenía ocho años. Fue en la Martín Fierro o en la Peligrosa, mientras yo le contaba a mis abuelos cómo me gustaría volar, viajar y que todo lo que aparezca en los libros exista y pueda pasar.

Era la plaza Peligrosa, sí. Yo estaba ahí, jugando, trepando y colgándome con erradas acrobacias en esa jaula de metal que se erigía como un monstruo enorme, inalcanzable y, sobre todo, peligroso (como el nombre con el que mi abuela decidió bautizarla). Ya cansada, me había tirado en el pasto con mis abuelos, y ese viejo de mierda me dijo eso. Ilusa yo, creí que le iba a poder demostrar algún día qué tan errado estaba. Iba a ir a buscarlo cuando creciera y mis sueños sean pura realidad. Pensaba gritarle en la cara que su problema fue hacerse adulto. Él, sólo iba a poder mirarme, bajar rápidamente la vista y disculparse.

“Menudos sueños los tuyos”, frase que hoy me repica como un candombe. El viejo negativo hoy debe de estar muerto, una lástima. Se pierde el gran espectáculo de la pendejita con sueños alocados que nunca fue capaz de asumirlos como imposibles.

Menudos sueños los tuyos, andreita. Semejante pelotuda de veinticuatro años. ¿Qué se le va a hacer?

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